martes, 12 de junio de 2012

Marcha eslava.

No se puede describir con palabras, sino con movimientos la histeria, la emoción y la solemnidad que transmite ver como todos se acercan a la vez, iguales y simultáneos. Esclavos de una marcha tocada con las trompetas del mismo Diablo, sin temer la muerte como la mejor de las opciones. Sin distinguir el silencio del ruido que ellos mismos causan.
Las mujeres mientras bailan todas juntas al sonido alegre de una melodía de cuento. Felices sin saber el destino de sus hombres. Una melodía casi histérica y de pronto suave e inocente. Saltos de emoción y pura dignidad.
Y los hombres están lejos. Ellas brillan al sol. Y los hombres...
Los hombres ven de frente el destino que las mujeres desconocen. El agobiante paso que les queda. El agobiante dolor que sufrirán sin remedio.
Siguen adelante, impasibles, aparente inmortales. No vivirán, pero no podrán decir de ellos que eran unos cobardes. Allí van los hombres.
Sólo una mujer les acompaña. Sólo una. Vestida de hombre, cortado su cabello y doblado su peso por el uniforme. Se dirige sigilosa, mezclada entre los hombres.
Podrá servir a su país. Se siente llena de gozo a pesar de que no durará su vida unos segundos para poder decir que ella estuvo donde no le dejaban estar.
Estuvo allí y allí quedará.

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