lunes, 11 de junio de 2012

Malos hábitos

Desde que Maya llegó en forma de bebé a su vida, Sean sólo se dedicaba a fumar, beber e intentar dar caza al pequeño diablo que vivía en su casa.
La chica que le había amado murió para volver en forma de hija, y Sean no podía dejar de admirar sus rubios tirabuzones y sus ojos verdes. Su piel marmórea y fina como la seda. Era exacta a su madre excepto por la mancha de nacimiento en el cuello, que había heredado de él.
Para él la pequeña corredora sólo significaba sentimientos enfrentados. Quería matarla como venganza. Quería matarla para vengarse de las dos. De la madre y de su hija. Por eso la odiaba. Porque, precisamente porque era como su madre, y precisamente porque él había amado a su madre desesperada y locamente, no podía matar al más parecido y apreciado de sus legados. Amaba a esa niña tanto como la odiaba. Odiaba a esa niña más de lo que podía amar, pero la amaba más de lo que podía odiar también.
Era tan terriblemente odioso, tan horriblemente bonito, tan inesperado y tan querido, tan necesario y aborrecido. Era como tenerlo todo y no querer nada, y luego quererlo todo y no tener nada.
-Papá, en el cole me han dicho que fumar es malo para la salud.
-En el cole dicen lo que es malo para la salud física. Yo te enseñaré lo que es bueno para la salud mental, y tú te volverás loca porque habrás de elegir entre tu cuerpo imperfecto, o tu mente salvaje.
-No te entiendo ¿Vas a dejar de fumar?
-Cuando tú mueras, yo dejaré de fumar, y cuando yo muera, tú dejaras de preguntar.
Nunca pensó Sean que alguno de los dos tendría que lamentar esa promesa.

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