Némesis hacía honor a su nombre. Era tan vengativa como la diosa griega de la venganza. Incluso más papista que el Papa. Su cabeza era como el tic tac de un reloj en la oscuridad. A ese reloj se la había unido tímidamente una rata que caminaba por las esquinas de la oscuridad, sin revelar su posición. Y a esa rata, gotas de lluvia contra el cristal, para darle a Némesis esperanzas sin ver la luz. Se le añadía a esa pequeña orquesta la débil y entrecortada respiración de su hijo muerto, Timy. Un pitido en los oídos, el último grito ahogado del niño, un tren antiguo al marcharse, unas risas en un campo, un aviso de una mujer mayor, unos tambores en medio de la lluvia, una virgen llorando y un viento huracanado.
Y Julius.
Él la miraba sonriendo, invitándola a matarle.
-Jamás sufriré tanto como hice sufrir al pequeño Timy ¿Le has matado ya o todavía dejas que siga sufriendo?
La pistola de Némesis tembló un momento en sus manos.
-Te pegaría un tiro, Julius, pero prefiero prometerte que sufrirás más que Timy. Además, un tiro te mataría. Y el infierno peor de todos, es el que te voy a crear yo, rata asquerosa.
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